lunes, 3 de septiembre de 2012

Campeones


El rugido del público era como música para sus oídos. Al fin, tras más de hora y media de angustiosa lucha, el árbitro dio por finalizado el encuentro. Y finalmente, ellos se convertían en campeones del mundo. Así de rápido.

Él había marcado un tanto, el tercero y el que les había otorgado por fin la ventaja que necesitaban para adelantarse en el marcador. El gol con el que había soñado toda su vida.

Recogió el balón y lo abrazó con fuerza, como una madre que acuna a su recién nacido. Decidió que lo guardaría de recuerdo. Ese día entrarían a formar parte de la historia. Al fin su país se proclamaba Campeón del Mundo. A penas pudo contener las lágrimas que acudían a sus ojos. Recordó el día en que, a sus 19 años, el seleccionador nacional le había llamado para convocarle. Entonces a penas pudo creer que su sueño comenzaba a hacerse realidad. Y ahora, casi seis años después de aquella llamada, se había convertido en uno de los mejores jugadores del mundo. Era más de lo que cualquier persona podría soñar.

Quería echar a correr, entrar como un rayo al vestuario y celebrar la victoria con sus compañeros, sus hermanos. Pero antes debía atender a la prensa.

Corrió hacia el túnel de vestuarios y allí la vio. Era preciosa, el sueño de todo jugador. Permanecía de pie con el micrófono en la mano, tan profesional, tan sonriente como siempre. Aquel día llevaba su cabello rubio hacia atrás, en un sobrio recogido que le dejaba el rostro al descubierto. Un rostro que a pesar suyo, ya cubría miles de portadas en la prensa de medio mundo, y aparecía día y noche en los programas de televisión de su país.

Cuando la joven le vio acercarse, le dirigió la mejor de sus sonrisas más profesionales, al tiempo que enfocaba el micrófono hacia él.

-Enhorabuena, crack. ¿Cómo te sientes en estos momentos? ¿En quién has pensado cuando has marcado el gol?

-Bueno... Ha sido un momento muy especial para todos. Al principio lo teníamos todo en contra, pero hemos jugado nuestro juego como siempre, y al final el resultado nos ha sido favorable…

La periodista le sonrió.

-¿Alguien especial a quien quieras dedicar esta victoria?

Él pensó en la respuesta que revoloteaba agazapada en sus labios, pero no dijo nada. Respondió como pudo a todas sus preguntas, procurando no enrojecer de vergüenza. Le pasaba cada vez que ella dirigía sus preguntas hacia él. ¿Sabría en el fondo lo que él sentía realmente? Esperaba de todo corazón que nunca lo supiera.

Cuando al fin la chica terminó con la entrevista, él pudo alejarse hacia los vestuarios y respiró aliviado. Responder a la prensa le resultaba siempre una tarea embarazosa y terriblemente agotadora. Sabía que formaba parte de su trabajo, y procuraba hacerlo lo mejor que podía, pero una parte de él se sentía absolutamente desnudo ante las cámaras, como si aún fuese un niño de 7 años al que el profesor dirige sus preguntas delante de toda la clase. Su timidez le servía de escudo a veces, pero en otras ocasiones resultaba un grave problema.

Más relajado, corrió los últimos metros que le separaban de la puerta del vestuario. En su corazón, la alegría del momento y la felicidad por lo que habían ganado hacían que todo aquello pareciese un sueño. En su cabeza, en cambio, no podía parar de darle vueltas a la pregunta de la joven periodista. “¿Alguien especial a quien quieras dedicarle esta victoria?”

“¿En quién has pensado cuando has marcado el gol?”

Abrió la puerta y entró al vestuario. Allí estaban sus hermanos, su familia deportiva. Escuchó las risas, las bromas. Olía a sudor, a testosterona. El caos reinaba por todas partes. Pero todos ellos sonreían. Al fin lo habían logrado. Por fin eran los reyes del mundo.

No se atrevió a mirar a nadie, ni quiso hablar con nadie. Aquel momento era solo suyo.

En silencio, se acercó al banco donde tenía la bolsa con su ropa. Y mientras, la pregunta seguía resonando en sus oídos, como un zumbido constante.

“¿En quién has pensado cuando has marcado el gol?”

Cerró los ojos con fuerza. No quería que las lágrimas se desbordasen. Ahora no. Rogó porque nadie le preguntase nada más, que ninguno de sus compañeros le viese ni se acercase para palmearle la espalda. Todavía no estaba preparado. Sólo quería hacerse pequeño y desaparecer. Invisible. Quería llorar a solas, tragarse los sentimientos en silencio.

Si ellos supieran... Si alguno de ellos llegase tan sólo a imaginar lo que escondía su corazón.

Pero no quería pensar en eso ahora. Era la noche de su victoria, la noche en la que se habían proclamado campeones.

Entonces una mano le rozó amistosamente el hombro, y se sobresaltó.

-¿Qué pasa, tío? Has estado espectacular. ¿Vienes a celebrarlo? Los chicos han traído una botella de champán...

Él se sonrojó de golpe. Miró aquellos ojos, los ojos de su mejor amigo, de su hermano de equipo desde que los dos eran niños. Era la persona que mejor le conocía, y sin embargo, estaba ciego. Sordo y ciego ante sus sentimientos.

La preciosa periodista era la novia de su amigo, la que aparecía a su lado en todas las revistas del corazón. Juntos eran la viva imagen de la pareja perfecta. Ella era la que le hacía feliz.

Y él sabía que nunca podría reemplazar ese lugar. Nunca podría decirle a su amigo lo que sentía, porque entonces lo perdería para siempre. Si él, o cualquiera de sus hermanos de equipo llegaban a enterarse alguna vez, lo perdería todo. Porque nadie debía enterarse de lo que guardaba su corazón. Aquellos sentimientos horribles, prohibidos e innombrables en su mundo.

Sin dejar de mirarle a los ojos, aquellos ojos amables que tanto le atormentaban y a los que a pesar suyo no podía dejar de amar, le sonrió.

-Venga, vamos a por esa copa de champán.

Dejando la bolsa a un lado, se levantó, y una vez más, cerró los ojos a su corazón.